4 ENERO 2013
Llegó, junto a su compañera, la Procuradora de Venezuela, Cilia Flores. Ella con un sencillo atuendo deportivo, como quien viene de caminar por esa maravilla para los andantes que es el oeste de la capital cubana. Él, con una fresca combinación, mitad camisa, mitad guayabera, medio verde, medio azul, con pantalón de caqui oscuro y mocasines anchos de usarse.
Apenas había tenido yo tiempo de ver con alguien de su equipo, los temas y el tiempo de la entrevista que le concediera a Telesur y que la presidenta de esa cadena, Patricia Villegas, me había ofrecido la oportunidad de hacer, cuando ambos entraron a la salita donde los esperábamos, con un ánimo y una simpatía contagiosos.
Fue tan ingeniosa la respuesta que dio a mi saludo, que no puedo recordarla. Solo sé que reímos los dos y que me sentí de pronto como frente a un viejo conocido, aunque antes solo le había hablado o interrogado en pasillos o salas, atestados de colegas.
Al llegar a la casa, en uno de cuyos corredores nos sentaríamos, me sobrecogí pensando que estaba a punto de hacer la entrevista más esperada del primer día del año con los peligrosos efectos colaterales de una filmación en exteriores en un día demasiado cálido para la fecha y sin el apoyo indispensable de una maquillista. El set, minimalista, lo habían sugerido los asistentes: dos sillas en diagonal, con la bandera venezolana detrás del entrevistado y un pequeño arreglo floral sobre la mesa de apoyo. El vicepresidente y canciller bolivariano, se dejó polvorear un poco la cara por su compañera, bromeó con el equipo técnico y se declaró listo para responder.
“Quisiera primero felicitar a los cubanos por los 54 años de la Revolución”, me dijo. “Y yo necesito que Ud. nos hable de Chávez” repliqué. “Pero, por supuesto, sé que es lo que más interesa, ¿podemos dejar esa pregunta para terminar?”, sugirió. Asentí, convencida de que, en medio de cualquiera de sus respuestas, él hablaría de su líder, aun antes de preguntarle. No me equivoqué.
Ambos sudábamos un poco cuando se prendieron un par de luces y se escuchó la orden de grabar. Mientras él desataba el caudal de su palabra, viajando de la historia al presente, con elocuencia, pero con sencillez, yo no dejaba de pensar en los cazadores de “gestos extraverbales”. Como le diría en la pregunta de marras, “hasta los efectos de una gripe suya, pueden ser interpretados como una mala señal…”
Chávez aparecería una y otra vez en la entrevista, con referencias abiertas a los golpes y las esperanzas de su salud, en el año recién terminado. Y también a su valor, su dignidad y su altura ética para enfrentar con optimismo las peores adversidades. En ese momento, el ser humano que soy, más allá del oficio o del credo compartido, se emocionó hasta el borde de las lágrimas. Por suerte venía un corte y encaucé la energía de las emociones en la despedida del segmento. Maduro, a quien yo había creído ajeno al trance, lo alivió, clamando en tono de broma: “pero, ¿quién me ha puesto a esta mujer que llora delante?”. Era una suerte de “empínate y crece”, que me sirvió para recordar a los cazadores de “gestos extraverbales.” Yo también podía ser objeto de interpretaciones maliciosas que nada tenían que ver con el espíritu del diálogo.
Cuando el noticiero cubano lo versionó, mi teléfono comenzó a sonar. Más de uno quería saber qué dijo Maduro “off the record”. Me hubiera gustado responderles, como él, que se vacunen contra los rumores y lean y escuchen los partes que presenta el ejecutivo venezolano.
Pero preferí centrarme en dos hechos que incluyen nuestro intercambio en cámara y fuera de cámara: el apretón de manos que le dio Chávez (fuera de cámara se daba masajes para aliviar la molestia que le dejó en un tendón) y su declaración expresa sobre el pedido del Presidente de que se mantuviera informado al pueblo “siempre con la verdad, por dura que fuera en determinadas circunstancias”.
La verdad en este caso tiene todo el rigor de los partes médicos. Y esos partes jamás han dejado de mencionar la complejidad de la cirugía y las complicaciones post operatorias, incluyendo episodios de hemorragia e infecciones respiratorias. ¿Qué esperan quienes quieren saber más? ¿Un seguro de vida o una lápida? Creo que ningún médico serio jugaría así con los sentimientos de millones de seres humanos.
¿Se ha vuelto tan rara la verdad en este mundo que cuando se dice, simple y sencillamente, hay que confrontarlas con “gestos extraverbales”?
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