El cobre no demoró mucho en ocupar el lugar del salitre como viga maestra
de la economía chilena, al tiempo que la hegemonía británica cedía paso al
dominio de los Estados Unidos. En vísperas de la crisis del 29 las inversiones
norteamericanas en Chile ascendían ya a más de cuatrocientos millones de
dólares, casi todos destinados a la explotación y el transporte de cobre. Hasta
la victoria electoral de las fuerzas de la Unidad Popular en
1970, los mayores yacimientos del metal rojo continuaban en manos del la Anaconda Koper
Minning Co. y la
Kennecott Coper Co., dos empresas íntimamente vinculadas
entre sí como partes de un mismo consorcio mundial. En medio siglo, ambas
habían remitido cuatro mil millones de dólares desde Chile a sus casas
matrices, caudalosa sangre evadida por diversos conceptos, y habían realizado
como contrapartida, según sus propias cifras infladas, una inversión total que
no pasaba de ochocientos millones, casi todos provenientes de las ganancias
arrancadas al país[1].
La hegemonía había ido aumentando a medida que la producción crecía, hasta
superar los cien millones de dólares por año en los últimos tiempos. Los dueños
del cobre eran los dueños de Chile. El lunes 21 de diciembre del 70, Salvador
Allende habla desde el balcón del palacio de gobierno a una multitud fervorosa;
anuncia que ha firmado el proyecto de reforma constitucional que hará posible
la nacionalización de la gran minería. En 1969, la Anaconda ha logrado en
Chile utilidades por 79 millones de dólares, que equivalen al ochenta por
ciento de sus ganancias en todo el mundo: y sin embargo, agrega, la Anaconda tiene en Chile
menos de la sexta parte de sus inversiones en el exterior. La guerra
bacteriológica de la derecha, planificada campaña de propaganda destinada a
sembrar el terror para evitar la nacionalización del cobre y las demás reformas
de estructura anunciadas desde la izquierda, había sido tan intensa como en las
elecciones anteriores. Los diarios habían exhibido pesados tanques soviéticos
rodando ante el palacio presidencial de La Moneda ; sobre las paredes de Santiago los
guerrilleros barbudos aparecerían arrastrando jóvenes inocentes rumbo a la
muerte; se escuchaba el timbre de cada casa, un aseñora explicaba: «¿Tiene
usted cuatro niños? Dos, irán a la Unión Soviética y
dos a Cuba». Todo resultaba inútil: el cobre «se pone poncho y espuelas»,
anuncia el presidente Allende: el cobre vuelve a ser chileno.
Los Estados Unidos, por su parte, con las piernas presas en la trampa de
las guerras del sudeste asiático, no han ocultado el malestar oficial ante la
marcha de los acontecimientos en el sur de la cordillera de los Andes. Pero
Chile no está al alcance de una súbita expedición de marines, y la fin y
al cabo Allende es presidente con todos los requisitos de la democracia
representativa que el país del norte formalmente predica. El imperialismo
atraviesa las primeras etapas de un nuevo ciclo crítico, cuyos signos se han
hecho claros en la economía; su función de policía mundial se hace cada vez más
cara y más difícil. ¿Y la guerra de los precios? La producción chilena se vende
ahora en mercados diversos y puede abrir amplios mercados nuevos entre los
países socialistas; los Estados Unidos carecen de medios para bloquear, a
escala universal, las ventas del cobre que los chilenos se disponen a
recuperar. Muy distinta era, por cierto, la situación del azúcar cubana doce
años atrás, destinada enteramente al mercado norteamericano y por entero
dependiente de los precios norteamericanos. Cuando Eduardo Frei ganó las
elecciones del 64, la cotización del cobre subió de inmediato con visible
alivio: cuando Allende ganó las del 70, el precio, que ya venía bajando,
declinó aún más. Pero el cobre, habitualmente sometido a muy agudas
fluctuaciones de precios, había gozado de precios considerablemente altos en
los últimos años y como la demanda excede a la oferta, la escasez impide que el
nivel caiga muy abajo. A pesar de que el aluminio ha ocupado en gran medida su
lugar como conductor de electricidad, el aluminio también requiere cobre, y en
cambio no se han encontrado sucedáneos más baratos y eficaces para desplazarlo
de la industria del acero ni de la química, y el metal rojo sigue siendo la
materia prima principal de las fábricas de pólvora, latón y alambre.
Todo a lo largo de las faldas de la cordillera, Chile posee las mayores
reservas de cobre del mundo, una tercera parte del total hasta ahora conocido.
El cobre chileno aparece por lo general asociado a otros metales, como
oro, plata o molibdeno. Esto resulta un factor adicional para estimular su
explotación. Por los demás, los obreros chilenos son baratos para las empresas:
con sus bajísimos costos de Chile, la Anaconda y la Kennecot financian con creces sus altos costos en
los Estados Unidos, del mismo modo que el cobre chileno paga, por la vía de los
«gastos en el exterior», más de diez millones de dólares por año para el
mantenimiento de las oficinas en Nueva York. El salario promedio de las minas
chilenas apenas alcanzaba, en 1964 a la octava parte del salario básico en las
refinerías de los Kenneccott en los Estados Unidos, pese a que la productividad
de unos y otros obreros, estaba al mismo nivel. No eran iguales, en cambio, ni
los son, las condiciones de vida. Por lo general, los mineros chilenos viven en
camarotes estrechos y sórdidos, separados de sus familias, que habitan casuchas
miserables en las afueras: separados también, claro está, del personal
extranjero, que en las grandes minas habita un universo aparte, minúsculos
estados dentro del Estado, donde sólo se habla inglés y hasta se editan
periódicos para sus usos exclusivos.
La productividad obrera ha ido aumentando, en Chile, a medida que las
empresas han mecanizado sus medios de explotación. Desde 1945, la producción de
cobre ha aumentado en un cincuenta por ciento, pero la cantidad de trabajadores
ocupados en las minas se ha reducido en una tercera parte.
La nacionalización pondrá fin a un estado de cosas que se había hecho
insoportable para el país, y evitará que se repita, con el cobre, la
experiencia de saqueo y caída en el vacío que sufrió Chile en el ciclo del
salitre. Porque los impuestos que las empresas pagan al Estado no compensan en
modo alguno el agotamiento inflexible de los recursos minerales que la naturaleza ha concedido pero
que no renovará. Por lo demás, los impuestos han disminuido, en términos
relativos, desde que en 1955 se estableció el sistema de la tributación
decreciente de acuerdo con los aumentos de la producción, y desde la
«chilenización» del cobre dispuesta por el gobierno de Frei. En 1965 Frei
convirtió al Estado en socio de la
Kennecott y permitió a las empresas poco menos que triplicar
sus ganancias a través de un régimen tributario muy favorable para ellas, los
gravámenes se aplicaron, en el nuevo régimen, sobre un precio promedio de 29
centavos de dólar por libra, aunque el precio se elevó, empujado por la gran
demanda mundial, hasta los setenta centavos. Chile perdió, por la diferencia de
impuestos entre el precio ficticio y el precio real, una enorme cantidad de
dólares, como lo reconoció el propio Radomiro Tomic, el candidato elegido por la Democracia Cristiana
para suceder a Frei en el período siguiente. En 1969, el gobierno de Frei,
pactó con la Anaconda
un acuerdo para comprarle el 51 por ciento de las acciones en cuotas
semestrales, en condiciones tales que desataron un nuevo escándalo político y dieron
impulso al crecimiento de las fuerzas de izquierda. El presidente de la Anaconda había dicho
previamente al presidente de Chile,
según la versión divulgada por la prensa. «Excelencia: los capitalistas no
conservan los bienes por motivos sentimentales, sino por razones económicas. Es
corriente que una familia guarde un ropero porque perteneció a un abuelo; pero
las empresas no tiene abuelos. Anaconda puede vender todos sus bienes. Sólo
depende del precio que le paguen».
Eduardo Galeano… extracto de “las venas
abiertas de América latina”
[1] Las mismas
empresas industrializaban el mineral chileno en sus fábricas lejanas. Anaconda
American Brass, Anaconda Wire and Cable y Kennecott Wire and Cable figuran
entre las principales fábricas de bronce y alambre del mundo entero. José
Cademartori. La economía chilena, Santiago de Chile, 1968.
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