Clodovaldo Hernández nos relata cómo es que "quienes se cansaron de robarle los votos a Andrés Velásquez son precisamente los mismos que ahora le acompañan. Escoria, pues, técnicamente hablando".
Memorias electorales del fraudulento hombre de hojalata
Por: Clodovaldo Hernández
Algunos individuos saltan la talanquera partidista. Otros, saltan la talanquera de los valores. Veamos el caso de Andrés Velásquez, un dirigente sindical a quien, de muchacho, se presumía indeformable, pues había sido forjado ideológicamente en los altos hornos del partido de Alfredo Maneiro, un líder de acero. Ahora, en la madurez de su vida, el personaje ha terminado en los depósitos de escoria (técnicamente hablando, como bien lo explicó una vez Jorge Giordani) del liderazgo contrarrevolucionario, haciéndoles compañía a sus antiguos verdugos.
Esta semana, esa realidad se hizo patente con la actitud de Velásquez ante el resultado de las elecciones que perdió, por escaso margen, ante el gobernador reelecto de Bolívar, Francisco Rangel Gómez. Ojo: no se cuestiona su derecho a impugnar el proceso. Lo tiene, en el contexto de un sistema electoral incuestionable. De lo que se trata es de que, por mínimo respeto a lo que alguna vez fue, y también por lo que pudo ser y no se atrevió, este caballero no debería andar por ahí cantando fraude.
Muchos venezolanos no tienen edad suficiente para recordar ciertos episodios del siglo pasado, por eso es pertinente contarles: Miren, chicas y chicos, resulta ser que Velásquez fue, durante bastante tiempo, víctima reiterada de una de las fechorías favoritas del bipartidismo puntofijista: robar elecciones.
Al joven Velásquez, Acción Democrática y Copei le escamotearon elecciones de todo nivel y categoría, desde la directiva del legendario Sindicato Único de Trabajadores Siderúrgicos y sus Similares (Sutiss, cuna del Movimiento Matancero inspirado por Maneiro), hasta, según la voz del pueblo -que es la de Dios- la Presidencia de la República.
La llave blanquiverde le robó también votos por kilos cuando se postuló a diputado y a gobernador en tiempos de la IV República. Claro que la condición de puchimbol no era exclusiva de Velásquez, sino extensiva a sus compañeros de partido. Cualquier causaerrista que ganara unas elecciones tenía que estar preparado para defender el triunfo en la calle o se quedaba con una mano "alante" y otra atrás. Si no, que le pregunten a Aristóbulo Istúriz, quien prácticamente vivió en situación de calle durante varios días para que no le birlaran la alcaldía de Libertador (Caracas), que había ganado en buena lid.
El colmo de ser "la sopita" del estatus quo a la hora de los atracos electorales llegó en diciembre de 1993, cuando Velásquez (lo dice el pueblo) ganó las elecciones presidenciales, algo que el sistema político (ya maltrecho por el Sacudón y dos rebeliones militares) no podía tolerar. En esa ocasión, los puntofijistas fueron especialmente sádicos. No les bastó con relegarlo al segundo puesto, sino que lo zumbaron al cuarto lugar, detrás del anciano Rafael Caldera; el fino adeco Claudio Fermín; y el impresentable copeyano Oswaldo Álvarez Paz. Ahora bien, estimada gente joven: ¿saben ustedes qué actitud asumió el pequeño gigante en esa oportunidad? ¡Ajá, no se pierdan la respuesta en el próximo párrafo!
Vistos sus antecedentes de lucha y conocida su actual postura de líder insurreccional y echao pa’lante, cabe suponer que -con 19 años menos- Velásquez incendió el país con sus protestas… Pues no, muchachas y muchachos, sepan ustedes que el líder, inexplicablemente para todos los venezolanos contestatarios de entonces, se metió la lengua en el alto horno. Calló y otorgó. El hombre, que supuestamente era de acero inoxidable, resultó ser de hojalata.
Ahora, dos décadas y una Revolución después, don Andrés, convertido en caricatura de sí mismo, nos sale con bravatas y pataletas porque fue derrotado, muy a pesar de que las fuerzas bolivarianas llegaron divididas y desdibujadas a esa contienda. ¡Qué pena!
Desprovisto ya de todo decoro, se atreve a utilizar su experiencia como denunciante de fraudes electorales para amenazar con –esta vez sí- hacer valer sus derechos. Según la prensa, "recordó que no es la primera vez que le toca protestar un resultado electoral". Caramba, no debería usted recordar esas cosas, pequeño señor, porque quienes se cansaron de robarle los votos son precisamente los mismos que ahora le acompañan. Escoria, pues, técnicamente hablando.
clodoher@yahoo.com
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