Brasil ocupa el cuarto lugar en el
mundo como productor de algodón; México, el quinto. En conjunto, de América
Latina proviene más de la quinta parte del algodón que la industria textil
consume en el mundo entero. A fines del siglo XVIII el
algodón se había convertido en la materia prima más importante de los viveros
industriales de Europa; Inglaterra multiplicó por cinco, en treinta años, sus
compras de esta fibra natural. El huso que Arkwright inventó al mismo tiempo
que Watt patentaba su máquina de vapor y la posterior creación del telar
mecánico de Cartwrigth impulsaron con decisivo vigor la fabricación de tejidos
y proporcionaron al algodón, planta nativa de América, mercados ávidos en
ultramar. El puerto de San Luis de Maranhao, que había dormido una larga siesta
tropical apenas interrumpida por un par de navíos al año, fue bruscamente
despertado por la euforia del algodón: afluyeron los esclavos negros a las
plantaciones del norte de Brasil y entre ciento cincuenta y doscientos buques
partían cada año de San Luis cargando un millón de libras de materia prima
textil. Mientras nacía el siglo pasado, la crisis de la economía minera
proporcionaba al algodón mano de obra esclava en abundancia; agotados el oro y
los diamantes del sur, Brasil parecía resucitar en el norte. El puerto floreció,
produjo poetas en medida suficiente como para que se lo llamara la Atenas de Brasil, pero el
hambre llegó, con la prosperidad, a la región de Maranhao, donde nadie se
ocupaba ya de cultivar alimentos. En algunos períodos solo hubo arroz para
comer. Como había empezado, esta historia terminó: el colapso llegó de súbito.
La producción de algodón en gran escala en las plantaciones del sur de los
Estados Unidos, con tierras de mejor calidad y medios mecánicos para desgranar
y enfardar el producto, abatió los precios a la tercera parte y Brasil quedó
fuera de competencia. Una nueva etapa de prosperidad se abrió a raíz de la Guerra de Secesión, que
interrumpió los suministros norteamericanos, pero duró poco. Ya en el siglo XX, entre
1934 y 1939, la producción brasileña de algodón se incrementó a un ritmo
impresionante: de 126 mil toneladas pasó a más de 320 mil. Entonces sobrevino
un nuevo desastre: los Estados Unidos arrojaron sus excedentes al mercado
mundial y el precio se derrumbó.
Los excedentes agrícolas
norteamericanos son, como se sabe, el resultado de los fuertes subsidios que el
Estado otorga a los productores, a precios de dumping y como parte de
los programas de ayuda exterior, los excedentes se derraman por el mundo. Así,
el algodón fue el principal producto de exportación de Paraguay hasta que la
competencia ruinosa del algodón norteamericano lo desplazó de los mercados y la
producción paraguaya se redujo, desde 1952, a la mitad. Así perdió Uruguay el
mercado canadiense para su arroz.
Así el trigo de Argentina, un país
que había sido el granero del planeta, perdió un peso decisivo en los mercados
internacionales. El dumping norteamericano del algodón no ha impedido
que una empresa norteamericana, la Anderson Clayton and Co., detente el imperio de
este producto en América Latina, ni ha impedido que, a través de ella, los
Estados Unidos compren algodón mexicano para revenderlo a otros países.
El algodón latinoamericano
continúa vivo en el comercio mundial, mal que bien, gracias a sus bajísimos costos
de producción. Incluso las cifras oficiales, máscaras de la realidad, delatan
el miserable nivel de la retribución del trabajo. En las plantaciones de
Brasil, los salarios de hambre alternan con el trabajo servil; en las de
Guatemala los propietarios se enorgullecen de pagar salarios de diecinueve
quetzales por mes (el quetzal equivale nominalmente al dólar) y, por si eso
fuera mucho, ellos mismos advierten que la mayor parte se liquida en especies
al precio de ellos fijado; en México, los jornaleros que deambulan de zafra en
zafra cobrando un dólar y medio por
jornada no solo padecen la subocupación sino también, y como consecuencia, la
subnutrición, pero mucho peor es la situación de los obreros del algodón en Nicaragua;
los salvadoreños que suministran algodón a los industriales textiles de Japón
consumen menos calorías y proteínas que los hambrientos hindúes.
Para la economía de Perú, el
algodón es la segunda fuente agrícola de divisas. José Carlos Mariátegui había
observado que el capitalismo extranjero, en su perenne búsqueda de tierras,
brazos y mercados, tendía a apoderarse de los cultivos de exportación de Perú,
a través de la ejecución de hipotecas de los terratenientes endeudados.
Cuando el gobierno nacionalistas
del general Velasco Alvarado llegó al poder de 1968, estaba en explotación
menos de la sexta parte de las tierras del país aptas para la explotación intensiva, el ingreso per cápita de la
población era quince veces
menor que el de los Estados
Unidos y el consumo de calorías
aparecía entre los más bajos del mundo, pero la producción de algodón seguía,
como la del azúcar, regida por los criterios ajenos a Perú que había denunciado
Mariátegui.
Las mejores tierras, campiñas de
la costa, estaban en manos de empresas norteamericanas o de terratenientes que
solo eran nacionales en un sentido geográfico, al igual que la burguesía
limeña.
Cinco grandes empresas – entre
ellas dos norteamericanas: la Anderson Clayton y la Grace- tenían en sus manos
la exportación de algodón y de azúcar y contaban también con sus propios
«complejos agroindustriales» de producción. Las plantaciones de azúcar y
algodón de la costa, presuntos focos de prosperidad y progreso por oposición a
los latifundios de la sierra, pagaban a los peones salarios de hambre hasta que
la reforma agraria de 1969 las expropió y las entregó, en cooperativas, a los
trabajadores. Según el Comité Interamericano de Desarrollo Agrícola, el ingreso
de cada miembro de las familias de asalariados de la costa llegaba a los cinco
dólares mensuales.
Los Anderson Clayton and Co.
conserva treinta empresas filiales en América Latina, y no solo se ocupa de
vender el algodón sino que, además, monopolio horizontal, dispone de una red
que abarca el financiamiento y la industrialización de la fibra y sus derivados
y produce también alimentos en gran escala. En México, por ejemplo, aunque no
posee tierras, ejerce de todos modos su dominio sobre la producción de algodón;
en sus manos están, de hecho, los ochocientos mil mexicanos que lo cosechan. La
empresa compra a muy bajo precio con el que ella abrE el mercado. A los
adelantos en dinero se suma el suministro de fertilizantes, semillas,
insecticidas; la empresa se reserva el derecho de supervisar los trabajos de
fertilización, siembra y cosecha. Fija la tarifa que se le ocurre para
despepitar el algodón. Usa las semillas en sus fábricas de aceites, grasas y
margarinas. En los últimos años, la
Clayton , «no conforme con dominar además el comercio de
algodón, ha irrumpido hasta en la producción de dulces y chocolates, comprando
recientemente la conocida empresa Luxus».
En la actualidad, Anderson Clayton
es la principal firma exportadora de café de Brasil. En 1950 se interesó por el
negocio. Tres años después, ya había destronado a la American Coffe
Corporation. En Brasil es además la primera productora de alimentos, y figura
entre las treinta y cinco empresas más poderosas del país.
Eduardo Galeano… extracto de “las venas
abiertas de América latina”
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Comentarios