En la concepción geopolítica del imperialismo, América Central no es más
que un apéndice natural de los Estados Unidos. Ni siquiera Abraham Lincoln, que
también pensó en anexar sus territorios, pudo escapar a los dictados del
«destino manifiesto» de la gran potencia sobre sus áreas contiguas.
A mediados del siglo pasado, el filibustero William Walker, que operaba
en nombre de los banqueros Morgan y Garrison, invadió Centroamérica al frente
de una banda de asesinos que se llamaban a sí mismos «la falange americana de
los inmortales». Con el respaldo oficioso del gobierno de los Estados Unidos,
Walker robó, mató, incendió y se proclamó presidente, en expediciones
sucesivas, de Nicaragua, El Salvador y Honduras.
Reimplantó la esclavitud en los territorios que sufrieron su devastadora
ocupación, continuando, así, la obra filantrópica de su país en los estados que
habían sido usurpados, poco antes, a México.
A su regreso fue recibido en los Estados Unidos como héroe nacional.
Desde entonces se sucedieron las invasiones, las intervenciones, los
bombardeos, los empréstitos obligatorios y los tratados firmados al pie de
cañón. En 1912 el presidente William H. Taft afirmaba: «No está lejano el día
en que tres banderas de barras y estrellas señalen en tres sitios equidistantes
la extensión de nuestro territorio: una en el Polo Norte, otra en el canal de
Panamá y la tercera en el Polo Sur. Todo el hemisferio será nuestro, de hecho,
como, en virtud de nuestra superioridad racial, ya es nuestro moralmente. Taft
decía que el recto camino de la justicia en la política externa de los Estados
Unidos «no incluye en modo alguno una actividad intervención para asegurar a
nuestras mercancías y a nuestros capitalistas facilidades para las inversiones
y a nuestros capitalistas facilidades para las inversiones beneficiosas». Por
la misma época, el ex presidente Teddy Roosevelt recordaba en voz alta su
exitosa amputación de tierra a Colombia: «I took the Canal», decía el flamante
Premio Nobel de la Paz ,
mientras contaba cómo había independizado a Panamá. Colombia recibiría, poco
después, una indemnización de veintiocho millones de dólares: era el precio de
un país, nacido para que los Estados Unidos dispusieran de una vía de
comunicación entre ambos océanos.
Las empresas se apoderaban de tierras, aduanas, tesoros y gobiernos: los
marines desembarcaban por todas partes para «proteger la vida y los
intereses de los ciudadanos norteamericanos», coartada igual a la que
utilizarían, en 1965, para borrar con agua bendita las huellas del crimen de la Dominicana. La
bandera envolvía otras mercaderías. El comandante Smedley D. Butler, que
encabezó muchas de las expediciones, resumía así su propia actividad, en 1935,
ya retirado: «Me he pasado treinta y tres años y cuatro meses en el servicio
activo, como miembro de la más ágil fuerza militar de este país: el Cuerpo de
Infantería de Marina. Serví en todas las jerarquías, desde teniente segundo
hasta general de división. Y durante todo ese período me pasé la mayor parte del tiempo en funciones de
pistolero de primera clase para los Grandes Negocios, para Wall Street y los
banqueros. En una palabra, fui un pistolero de primera clase... Así, por
ejemplo, en 1914 ayudé a hacer que México y en especial Tampico, resultasen una
presa fácil para los intereses petroleros norteamericanos. Ayudé a hacer que
Haití y Cuba fuesen lugares decentes para el cobro de rentas por parte del
National City Bank... En 1909 – 1912 ayudé a purificar a Nicaragua para la casa
bancaria internacional de Brown Brothers. En 1916 llevé la luz a la Republica Dominicana ,
en nombre de los intereses azucareros norteamericanos. En 1930 ayudé a
“pacificar” a Honduras en beneficio de las compañías fruteras norteamericanas».
En los primeros años del siglo, el filósofo William James había dictado una
sentencia poco conocida: «El país ha vomitado de una vez y para siempre la Declaración de
Independencia... »
Por no poner más que un ejemplo, los Estados Unidos ocuparon Haití
durante veinte años y allí, en ese país negro que había sido el escenario de la
primera revuelta victoriosa de esclavos, introdujeron la segregación racial y
el régimen de trabajos forzados, mataron mil quinientos obreros en una de sus
operaciones de represión (según la investigación del Senado norteamericano en
1922) y, cuando el gobierno local se negó a convertir el Banco Nacional en un sucursal del National City
Bank de Nueva York, suspendieron el pago de sus sueldos al presidente y a sus
ministros, para que recapacitaran.
Historias semejantes se repetían en las demás islas del Caribe y en toda
América Central, el espacio geopolítico de Mare Nostrum del Imperio, al
ritmo alternado del big stick o
de «la diplomacia del dólar».
El Corán menciona al plátano entre
los árboles del paraíso, pero la humanización de Guatemala, Honduras, Costa
Rica, panamá, Colombia y Ecuador permite sospechar que se trata de un árbol del
infierno. En Colombia, la
United Fruit se había hecho dueña del mayor latifundio del
país cuando estalló, en 1928, una gran huelga a la costa atlántica. Los obreros
bananeros fueron aniquilados a balazos, frente a una estación de ferrocarril.
Un decreto oficial había sido dictado: «Los hombres de fuerza pública quedan
facultados para castigar por las armas... » y después no hubo necesidad de
dictar ningún decreto para borrar la matanza de la memoria oficial del país[1].
Miguel Ángel Asturias narró el proceso de la conquista y el despojo de
Centroamérica.
El papa verde era Minor Keith, rey
sin corona de la región entera, padre de la United Fruit ,
devorador de países. «Tenemos muelles, ferrocarriles, tierras, edificios,
manantiales –enumeraba el presidente-; corre el dólar se habla el inglés y se
enarbola nuestra bandera...» «Chicago no podía menos que sentir orgullo de ese
hijo que marchó con una mancuerna de pistolas y regresaba a reclamar su puesto
entre los emperadores de la carne, reyes de los ferrocarriles, reyes del cobre,
reyes de la goma de mascar[2]».
En el paralelo 42 John Dos Passos trazó la rutilante biografía de Keith,
biografía de la empresa: «En Europa y Estados Unidos la gente había comenzado a
comer plátanos, así que tumbaron la selva a través de América Central para
sembrar plátanos y construir ferrocarriles para transportar los plátanos y cada
año más vapores de la
Great White Flete iban hacia el norte repleto de plátanos, y
esa es la historia del imperio norteamericano en el Caribe y del canal de
Panamá y del futuro camnal de Nicaragua y los marines y los acorazados y
las bayonetas... ».
Las tierras quedaban tan exhaustas
como los trabajadores: a las tierras les robaban el humus y a los trabajadores
los pulmones, pero siempre había nuevas tierras para explotar y más
trabajadores para exterminar. Los dictadores, próceres de opereta, velaban por
el bienestar de la United
Fruit con le cuchillo entre los dientes. Después, la
producción de bananas fue decayendo y la
omnipotencia de la empresa frutera sufrió varias crisis, pero América Central
continúa siendo, en nuestros días, un santuario del lucro para los aventureros
aunque el café, el algodón y el azúcar hayan derribado a los plátanos de su
sitial de privilegio. En 1970 las bananas son la principal fuente de divisas
para honduras y Panamá y, en América del Sur, para Ecuador. Hacia 1930 América
Central exportaba 38 millones anuales de racimos y la United Fruit pagaba a
Honduras un centavo de impuesto por cada racimo. No había manera de controlar
el pago del mini impuesto (que después subió un poquito), ni la hay, porque aún
hoy la United Fruit
exporta e importa lo que se le ocurre al margen de las aduanas estatales. La
balanza comercial y la balanza de pagos del país son obras de ficción a cargo
de los técnicos de imaginación pródiga.
Eduardo Galeano… extracto de “las venas
abiertas de América latina”
[1] Éste es el
tema de la novela de Álvaro Cepeda Samudio, La casa grande (Buenos
Aires, 1967), y también integra uno de los capítulos de Cien años de soledad
(Buenos Aires, 1967) de Gabriel García Márquez: “Seguro que fue un sueño”,
insistían los oficiales.
[2] El ciclo
comprende las novelas Viento Fuerte, El papa verde y Los ojos de los
enterrados, trilogía publicada en Buenos Aires en la década del 50. En Viento
fuerte, uno de los personajes, Mr. Pyle, dice proféticamente: “Si en lugar
de efectuar nuevas plantaciones, nosotros compramos a los productores
particulares su fruta, se ganará mucho hacia el futuro”. Esto es lo que
actualmente ocurre eb Guatemala: la United Fruti ¾ahora United Brands¾ ejerce su monopolio bananero a través de mecanismos de
comercialización, más eficaces y menos riesgosos que la producción directa.
Cabe notar que la producción de bananas cayó verticalmente en la década del
sesenta, a partir del momento en que la United Fruti decidió vender y/o arrendar sus
plantaciones de Guatemala, amenzadas por los hervores de la agitación social.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Comentarios