El café del mercado
norteamericano, de su capacidad de consumo y de sus precios; las bananas eran
un negocio norteamericano y para norteamericanos. Y estalló, de golpe, la
crisis de 1929. El crack de la
Bolsa de Nueva York, que hizo crujir los cimientos del
capitalismo mundial, cayó en el Caribe como un gigantesco bloque de piedra en
un charquito. Bajaron verticalmente los precios del café y de las bananas, y no
menos verticalmente descendió el volumen de las ventas. Los desalojos
campesinos recrudecieron con violencia febril, el desempleo cundió en el campo
y en las ciudades, se levantó una oleada de huelgas; se abatieron bruscamente
los créditos, las inversiones y los gastos públicos, los sueldos de los
funcionarios del estadio se redujeron casi a la mitad en Honduras, Guatemala y
Nicaragua. El equipo de dictadores llegó sin demora para aplastar las tapas de
las marmitas; se abría la época de la política de la Buena Vecindad en
Washington, pero era preciso contener a sangre y fuego la agitación social que,
por todas partes, hervía. Alrededor de veinte años – unos más, otros menos-
permanecieron en el poder Jorge Ubico en Guatemala, Maximiliano Hernández
Martínez en El Salvador, Tiburcio Carías en Honduras y Anastasio Souza en Nicaragua.
La epopeya de Augusto César
Sandino conmovía al mundo. La larga lucha del jefe guerrillero de Nicaragua
había derivado a la reivindicación de la tierra y levantaba en vilo la ira
campesina. Durante siete años, su pequeño ejército en harapos peleó, a la vez,
contra los doce mil invasores norteamericanos y contra los miembros de la
guardia nacional. Las granadas se hacían con latas de sardinas llenas de
piedras, los fusiles Springfield se arrebataban al enemigo y no faltaban
machetes; el asta de la bandera era un palo sin descortezar y en vez de botas
los campesinos usaban, para moverse en las montañas enmarañadas, un atira de
cuero llamada caite. Con música de Adelita, los guerrilleros
cantaban
En
Nicaragua, señores,
le pega el
ratón al gato
Ni el poder de fuego de la Infantería de Marina ni
las bombas que arrojaban los aviones resultaban suficientes para aplastar a los
rebeldes de Las Segovias. Tampoco las calumnias que derramaban por el mundo
entero las agencias informativas. Associated Press y United Press, cuyos
corresponsales en Nicaragua eran dos norteamericanos que tenían en sus manos la
aduana del país. En 1932, Sandino presentía: «Yo no viviré mucho tiempo». Un
año después, el influjo de la política norteamericana de la Buena Vecindad , se celebraba
la paz. El jefe guerrillero fue invitado por el presidente a una reunión
decisiva en Managua. Por el camino cayó muerto en una emboscada. El asesino,
Anastasio Somoza, sugirió después que la ejecución había sido ordenada por el
embajador norteamericano Arthur Bliss Lane. Somoza, por entonces jefe militar,
no demoró mucho en instalarse en el poder. Gobernó Nicaragua durante un cuarto
de siglo y luego sus hijos recibieron, en herencia, el cargo. Antes de cruzarse
el pecho con la banda presidencial, Somoza se había condecorado a sí mismo con la Cruz del valor, la medalla de
Distinción y, la medalla Presidencial al Mérito. Ya en el poder, organizó
varias matanzas y grandes celebraciones, para las cuales disfrazaba de romanos,
con sandalias y cascos, a sus soldados; se convirtió en el mayor productor de
café del país, con 46 fincas, y también se dedicó a la cría de ganado en otras
51 haciendas. Nunca le faltó tiempo, sin embargo, para sembrar también el
terror. Durante su larga gestión de gobierno, no pasó, la verdad sea dicha,
mayores necesidades, y recordaba con cierta tristeza los años juveniles, cuando
debía falsificar monedas de oro para poder divertirse.
También en El Salvador estallaron
las tensiones como consecuencia de la crisis. Casi la mitad de los obreros
bananeros de Honduras eran salvadoreños y muchos fueron obligados a retornar a
su país, donde no había trabajo para nadie. En la región de Izalco, se produjo
un gran levantamiento campesino en 1932, que se propagó rápidamente a todo el
occidente del país. El dictador Martínez envió a los soldados, con equipos
modernos, a combatir contra los «bolcheviques». Los indios pelearon a machete
contra las ametralladoras y el episodio se cerró con diez mil muertos. Martínez, un brujo vegetariano y teósofo,
sostenía que «es un crimen más grande matar a una hormiga que a un hombre,
porque el hombre al morir reencarna, mientras que la hormiga muere
definitivamente». Decía que él estaba protegido por «legiones invisibles» que
le daban cuenta de todas las conspiraciones y mantenía comunicación telepática
directa con le presidente de los Estados Unidos.
Un reloj de péndulo le indicaba,
sobre le plato, si la comida estaba envenenada; sobre un mapa le señalaba los
lugares donde se escondían enemigos políticos y tesoros de piratas. Solía
enviar notas de condolencia a los padres de sus víctimas y en el patio de su
palacio pastaban los ciervos. Gobernó hasta 1944. Las matanzas se
sucedían por todas partes. En 1933, Jorge Ubico en Guatemala a un centenar de
dirigentes sindicales, estudiantiles y políticos, al tiempo que reimplantaba
las leyes contra «la vagancia de los indios. Cada indio debía llevar una
libreta donde constaban sus días de trabajo; si no se consideraban suficientes,
pagaba la deuda en la cárcel o arqueando la espalda sobre la tierra,
gratuitamente, durante medio año. En la insalubre costa del pacífico, los
obreros que trabajan hundidos hasta las rodillas en el barco cobraban treinta
centavos por día, y la
United Fruit demostraba que Ubico la había obligado a rebajar
los salarios. En 1944, poco antes de la caída del dictador, el Reader’s
Digest publicó un artículo ardiente de elogios: este profeta del Fondo
Monetario Internacional había evitado la inflación bajando los salarios, de un
dólar a veinticinco centavos diarios, para la construcción de la carretera
militar de emergencia, y de un dólar a cincuenta centavos diarios, para la
construcción de la carretera militar de emergencia, y de un dólar cincuenta
centavos para los trabajos de la base aérea en la capital. Por esta época,
Ubico otorgó a los señores del café y a las empresas bananeras el permiso para
matar: «Estarán exentos de responsabilidad criminal los propietarios de
fincas... ». El decreto llevaba el número 2795 y fue reestablecido en 1967,
durante el democrático y representativo gobierno de Méndez Montenegro.
Como todos los tiranos del Caribe,
Ubico se creía Napoleón. Vivía rodeado de bustos y cuadros del Emperador, que
tenía, según él, su mismo perfil. Creía en la disciplina militar: militarizó a
los empleados de correo, a los niños de las escuelas y a la orquesta sinfónica.
Los integrantes de la orquesta tocaban de uniforme, a cambio de nueve dólares
mensuales, las piezas que Ubico elegía y con la técnica y los instrumentos por
él dispuestos. Consideraba que los hospitales eran para los maricones, de modo
que los pacientes recibían asistencia en los suelos de los pasillos y los
corredores, si tenían la desgracia de ser pobres además de enfermos.
Eduardo Galeano… extracto de “las venas
abiertas de América latina”
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