La proximidad
geográfica y la aparición del azúcar de remolacha, surgida durante las guerras
napoleónicas, en los campos de Francia y Alemania, convirtieron a los Estados
Unidos en el cliente principal del azúcar de la Antillas.
Ya en 1850 los Estados Unidos dominaban la tercera
parte del comercio de Cuba, le vendían y le compraban más que a España, aunque
la isla era una colonia española, y la bandera de las barras y las estrellas
flameaba en los mástiles de más de la mitad de los buques que llegaban allí. Un
viajero español encontró hacia 1859, campo adentro, en remotos pueblitos de
Cuba, máquinas de coser fabricadas en Estados Unidos. Las principales calles de
La Habana
fueron empedradas con bloques de granito de Boston.
Cuando despuntaba el siglo XX se leía
en el Lousina Planter: «Poco a poco, va pasando toda la isla de Cuba a manos de
ciudadanos norteamericanos, lo cual es el medio más sencillo y seguro de
conseguir la anexión a los Estados Unidos». En el Senado norteamericano se
hablaba ya de nueva estrella en la bandera; derrotada España, el general
Leonard Wood gobernaba la isla. Al mismo tiempo pasaban a manos norteamericanas
las Filipinas y Puerto Rico[1].
«Nos han sido otorgados por guerras –decía el presidente McKinley incluyendo a
Cuba-, y con la ayuda de Dios y en nombre del progreso de la humanidad y de la
civilización, es nuestro deber responder a esta gran confianza». En 1902, Tomás
Estrada Palma tuvo que renunciar a la ciudadanía norteamericana que había
adoptado en el exilio: las tropas norteamericanas de ocupación lo convirtieron
en el primer presidente de Cuba.
En 1960, el ex embajador norteamericano en Cuba, Earl
Smith, declaró ante una subcomisión del Senado: «Hasta el arribo de Castro al
poder, los Estados Unidos tenían tenían en Cuba una influencia de tal manera
irresistible que el embajador norteamericano era el segundo personaje del país,
a veces aún más importante que el presidente cubano».
Cuando cayó Batista, Cuba vendía casi todo su azúcar
en Estados Unidos. Cinco años antes, un joven abogado revolucionario había profetizado
certeramente, ante quienes lo juzgaban por el asalto al cuartel Moncada, que la
historia lo absolvería: había dicho en su vibrante alegato: «Cuba sigue siendo
una factoría productora de materia prima.
Se exporta azúcar para importar caramelo... ». Cuba
compraba en Estados Unidos no solo los automóviles y las máquinas, los
productos químicos, el papel y la ropa, sino también arroz y frijoles, ajos y
cebollas, grasas, carne y algodón. Venían helados de Miami, panes de Atlanta y
hasta cenas de lujo desde París. El país del azúcar importaba cerca de la mitad
de las frutas y las verduras que consumía, aunque solo la tercera parte de su
población activa tenía trabajo permanente y la mitad de las tierras de los
centrales azucareros eran extensiones baldías donde empresas no producían nada.
Trece ingenios norteamericanos disponían de más de 47 por ciento del área
azucarera total y ganaban alrededor de 180 millones de dólares por cada zafra.
La riqueza del subsuelo –níquel, hierro, cobre, manganeso, cromo, tungsteno-
formaba parte de las reservas estratégicas de los Estados Unidos, cuyas
empresas apenas explotaban los minerales de acuerdo con las variables urgencia
del ejército y la industria del norte. Había en Cuba, 1958, más prostitutas
registradas que obreros mineros. Un millón y medio de cubanos sufría el
desempleo total o parcial, según las investigaciones de Seuret y Pino que cita
Núñez Jiménez.
La economía del país se movía al ritmo de las zafras.
El poder de compra de las exportaciones cubanas entre 1952 y 1956 no superaba
el nivel de treinta años atrás, aunque las necesidades de divisas eran mayores.
En los años treinta, cuando la crisis consolidó la
dependencia de la economía cubana en lugar de contribuir a romperla, se había
llegado al colmo de desmontar fábricas recién instaladas para venderlas a otros
países. Cuando triunfó la revolución, el primer día de 1959, el desarrollo
industrial de Cuba era muy pobre y lento, más de la mitad de la producción
estaba concentrada en La Habana
y las pocas fábricas con tecnología moderna se teledirigían desde los Estados
Unidos. Un economista cubano, Regino Boti, coautor de las tesis económicas de
los guerrilleros de la sierra, cita el ejemplo de una filial de la Nestlé que producía leche
concentrada en Bayamo: «En caso de accidente, el técnico telefoneaba a
Connecticut y señalaba que en su sector tal o cual cosa no marchaba. Recibía en
seguida instrucciones sobre las medidas
a tomar y las ejecutaba mecánicamente... Si la operación no resultaba exitosa,
cuatro horas más tarde llegaba un avión transportando un equipo de
especialistas de alta calificación que arreglaban todo. Después de la
nacionalización ya no se podía telefonear para pedir socorro y los raros técnicos
que hubieran podido reparar los desperfectos secundario habían partido». El
testimonio ilustra cabalmente las dificultades que la Revolución encontró
desde que se lanzó a la aventurera de convertir a la colonia en patria.
Cuba tenía las piernas cortadas por el estatuto de la
dependencia y no le ha resultado nada fácil echarse a andar por su propia
cuenta. La mitad de los niños cubanos no iba a la escuela en 1958, pero la
ignorancia era, como denunciara Fidel Castro tantas veces, mucho más vasta y más
grave que el analfabetismo. La gran campaña de 1961 movilizó a un ejército de jóvenes
voluntarios para enseñar a leer y a escribir a todos los cubanos y los
resultados asombraron al mundo: Cuba ostenta actualmente, según la Oficina Internacional
de Educación de la UNESCO ,
el menor porcentaje de analfabetos y el mayor porcentaje de población escolar,
primaria y secundaria, de América Latina. Sin embargo, la herencia maldita de
la ignorancia no se supera en una noche y un día –ni en doce años. La falta de
cuadros técnicos eficaces, la incompetencia de la administración y la
desorganización del aparato productivo, el burocrático temor a la imaginación
creadora y a la libertad de decisión, continúan interponiendo obstáculos al
desarrollo del socialismo. Pero pese a todo el sistema de impotencias forjado
por cuatro siglos y medio de historia de la opresión, Cuba está naciendo, con
entusiasmo que no cesa, de nuevo: mide sus fuerzas, alegría y desmesura, ante
los obstáculos.
El azúcar era el cuchillo y el
imperio el asesino
«Edificar sobre el azúcar ¿es mejor que edificar
sobre la arena?», se preguntaba Jean- Paul-Sartre en 1960, desde Cuba.
En el muelle del puerto de Guayabàl, que exporta azúcar
a granel, vuelan los alcatraces sobre un galpón gigantesco. Entro y contemplo,
atónito, una pirámide dorada de azúcar. A medida que las compuertas se abren,
por debajo, para que las tolvas conduzcan el cargamento, sin embolsar, hacia
los buques, la rajadura del techo va dejando caer nuevos chorros de oro, azúcar
recién transportada desde los molinos de los ingenios. La luz del sol se filtra
y les arranca destellos.
Vale unos cuatro millones de dólares esta montaña
tibia que palpo y no me alcanza la mirada para recorrerla. Pienso que aquí se resume toda la euforia y el drama
de esta zafra récord de 1970 que quiso,
pero no pudo, pese al esfuerzo sobrehumano, alcanzar los diez millones de
toneladas. Y una historia mucho más larga resbala, con el azúcar, ante la
mirada. Pienso en el reino de la Francisco Sugar Co., la empresa de Allen Dulles,
donde he pasado una semana escuchando las historias del pasado y asistiendo al
nacimiento futuro: Josefina, hija de caridad Rodríguez, que estudia en un aula
que antes era celda del cuartel, en el preciso lugar donde su padre fue preso y
torturado antes de morir; Antonio Bastidas, el negro de setenta años que una
madrugada de este año se colgó con ambos puños de la palanca de la sirena
porque el ingenio había sobrepasado la meta y gritaba: «¡Carajo!», gritaba: «¡Cumplimos,
carajo!», y no había quien le sacara la palanca de las manos crispadas mientras
la sirena, que había despertado al pueblo, estaba despertando a toda Cuba;
historias de desalojos, de sobornos, de asesinatos, el hambre y los extraños
oficios que la desocupación, obligatoria durante más de la mitad de cada año,
engendraba: cazador de grillos en los plantíos, por ejemplo. Pienso que la
desgracia tenía el vientre hinchado, ahora se sabe.
No murieron en vano los que murieron: Amancio Rodríguez,
por ejemplo, acribillado a tiros por los rompehuelgas en una asamblea, que había
rechazado furioso un cheque en blanco de la empresa y cuando sus compañeros lo
fueron a enterrar descubrieron que no tenía calzoncillos ni medias para
llevarse al cajón, o por ejemplo Pedro
Plaza, que a
los veinte años fue detenido y
condujo el camión de soldados hacia las minas que él mismo había sembrado y voló
con el camión y los soldados.
Y tantos otros, en esa localidad y en todas las demás:
«Aquí las familias quieren mucho a los mártires – me ha dicho un viejo cañero-
, pero después de muertos. Antes eran puras quejas». Pienso que no resultaba
casual que Fidel Castro reclutara a las tres cuartas partes de sus guerrilleros
entre los campesinos, hombres del azúcar, ni que la provincia de Oriente fuera,
a la vez la mayor fuente de azúcar y de sublevaciones en toda la historia de
Cuba.
Me explico el rencor acumulado: después de la gran
zafra de 1961, la revolución optó por vengarse del azúcar. El azúcar era la
memoria viva de la humillación. ¿Era también, el azúcar un destino? ¿Se
convirtió luego en una penitencia? ¿Puede ser ahora una palanca, la catapulta
del desarrollo económico? Al influjo de una justa impaciencia, la revolución
abatió numerosos cañaverales y quiso diversificar, en un abrir y cerrar de
ojos, la producción agrícola: no cayó en el tradicional error de dividir los
latifundios en minifundios improductivos, pero cada finca socializada acometió
de golpe cultivos excesivamente variados. Había que realizar importaciones en
gran escala para industrializar el país, aumentar la productividad agrícola y
satisfacer muchas necesidades de consumo que la revolución, al redistribuir la
riqueza, acrecentó enormemente. Sin las grandes zafras del azúcar, ¿de dónde
obtener las divisas necesarias para esas importaciones? El desarrollo de la
minería, sobre todo el níquel, exige grandes inversiones, que se están
realizando, y la producción pesquera se ha multiplicado por ocho gracias al
crecimiento de la flota, lo cual también ha exigido inversiones gigantes; los
grandes planes de producción de cítricos están en ejecución, pero los años que
separan a la siembra de la cosecha obligan a la paciencia. La revolución
descubrió, entonces, que había confundido el cuchillo con el asesino. El azúcar,
que había sido el factor del sudesarrollo, pasó a convertirse en un instrumento
del desarrollo. No hubo más remedio que utilizar los frutos del monocultivo y
la dependencia, nacidos de la incorporación de Cuba al mercado mundial, para
romper el espinazo del monocultivo y la dependencia.
Porque los ingresos que el azúcar proporciona ya no
se utilizan en consolidar la estructura del sometimiento[2].
Las importaciones de maquinarias y de instalaciones industriales crecieron en
un cuarenta por ciento desde 1958; el excedente económico que el azúcar genera
se moviliza para desarrollar las industrias básicas y para que no queden
tierras ociosas ni trabajadores condenados a la desocupación. Cuando cayó la
dictadura de Batista, había en Cuba cinco mil tractores y trescientos automóviles.
Hoy hay cincuenta mil tractores, aunque en buena medida se los desperdicia por
las graves deficiencias de organización, y de aquella flota de automóviles, en
su mayoría modelos de lujo, no restan más que algunos ejemplares dignos del
museo de la chatarra. La industria del cemento y las plantas de electricidad
han cobrado un asombroso impulso; las nuevas fábricas de fertilizantes han
hecho posible que hoy se utilicen cinco veces más abonos que en 1958. Los
embalses, creados por todas partes, contienen hoy un caudal de agua setenta y
tres veces mayor que el total de agua embalsada en 1958 y han avanzado con
botas de siete leguas las áreas de riego. Nuevos caminos, abiertos por toda
Cuba, han roto la incomunicación de muchas regiones que parecían condenadas al
aislamiento eterno. Para aumentar la magra producción de leche del ganado cebú,
se han traído a Cuba trozos de raza Holstein con los que, mediante la
inseminación artificial, se han hecho nacer ochocientas mil vacas de cruza.
Grandes progresos se han realizado en la mecanización
del corte y el alza de la caña, en buena medida en base a las invenciones
cubanas, aunque todavía resultan insuficientes. Un nuevo sistema de trabajo se
organiza, con dificultades, para ocupar el lugar del viejo sistema
desorganizado por los cambios que la revolución trajo consigo. Los macheteros
profesionales, presidiarios del azúcar, son en Cuba una especie extinguida:
también para ellos la revolución implicó la libertad de elegir otros oficios
menos pesados, y para sus hijos, la posibilidad de estudiar, mediante becas, en
las ciudades. La redención de los cañeros ha provocado, en consecuencia, precio
inevitable, severos trastornos para la economía de la isla. En 1970 Cuba debió
utilizar el triple de trabajadores para la zafra, en su mayoría voluntarios o
soldados o trabajadores de otros sectores, con los que se perjudicaron las demás
actividades del campo y de la ciudad: las cosechas de otros productos, el ritmo
de trabajo de las fábricas. Y hay que tener en cuenta, en este sentido, que en
una sociedad socialista, a diferencia de la sociedad capitalista, los
trabajadores ya no actúan urgidos por el miedo a la desocupación ni por la
codicia. Otros motores la solidaridad, la responsabilidad colectiva, la toma de
conciencia de los deberes y los derechos que lanzan al hombre más allá del egoísmo-
deben ponerse en funcionamiento. Y no se cambia la conciencia de un pueblo
entero en un santiamén. Cuando la revolución conquistó el poder, según Fidel
Castro, la mayoría de los cubanos no era ni siquiera antiimperialista.
Los cubanos se fueron radicalizando junto con su revolución, a medida que se
sucedían los desafíos y las respuestas, los golpes y los contragolpes entre La Habana y Washington, y a
medida que se iban convirtiendo en hechos concretos las promesas de justicia
social. Se construyeron ciento setenta hospitales nuevos y otros tantos policlínicos
y se hizo gratuita la asistencia social. Se construyeron ciento setenta
hospitales nuevos y otros tantos policlínicos y se hizo gratuita la asistencia
médica; se multiplicó por tres la cantidad de estudiantes matriculados a todos
los niveles y también la educación se hizo gratuita; las becas benefician hoy a
más de trescientos mil niños y jóvenes y se han multiplicado los internados y
los círculos infantiles. Gran parte de la población no paga alquiler y ya son
gratuitos los servicios de agua, luz, teléfono, funerales y espectáculos
deportivos. Los gastos en servicios sociales crecieron cinco veces en pocos años.
Pero ahora que todos tienen educación y zapatos, las necesidades se van
multiplicando geométricamente y la producción solo puede crecer aritméticamente.
La presión del consumo, que es ahora
consumo de todos y no de pocos, también obliga a Cuba al aumento rápido
de las exportaciones, y el azúcar continúa
siendo la mayor fuente de recursos. En verdad, la revolución está
viviendo tiempos duros, difíciles, de transición y sacrificio. Los propios
cubanos han terminado de confirmar que el socialismo se construye con los
dientes apretados y que la revolución no es ningún paseo. Al fin y al cabo, el
futuro no sería de esta tierra si viniera regalado. Hay escasez, es cierto, de
diversos productos: en 1970 faltan frutas y heladeras, ropa; las colas, muy
frecuentes, no solo resultan de la desorganización de la distribución. La causa
esencial de la escasez es la nueva abundancia de consumidores: ahora el país
pertenece a todos. Se trata, por lo tanto, de una escasez de signo inverso a la
que padecen los demás países latinoamericanos.
En el mismo sentido operan los
gastos de defensa. Cuba está obligada a dormir con los ojos abiertos, y también
eso resulta, en términos económicos, muy caro. Esta revolución acosada, que ha
debido soportar invasiones y sabotajes sin tregua, no cae porque –extraña
dictadura- la defiende su pueblo en armas. Los expropiadores expropiados no se
resignan. En abril de 1961, la brigada que desembarcó en Playa Girón no estaba
formada solamente por los viejos militares y policías de Batista, sino también
por los dueños de más de 370 mil hectáreas de tierra, casi diez mil inmuebles,
setenta fábricas, diez centrales azucareros, tres barcos, cinco minas y doce
cabarets. El dictador de Guatemala, Miguel Idígoras, cedió campos de
entrenamiento a los expedicionarios a cambio de las empresas que los
norteamericanos le formularon, según él mismo confesó más tarde: dinero
constante y sonante, que nunca le pagaron, y un aumento de la cuota
gualtemalteca de azúcar en el mercado de los Estados Unidos.
En 1965, otro país azucarero, la República Dominicana ,
sufrió la invasión de unos cuarenta mil marines dispuestos «a pertenecer
indefinidamente en este país, en vista de la confusión reinante», según declaró
su comandante, el general Bruce Palmer. La caída vertical de los precios del azúcar
había sido uno de los factores que hicieron estallar la indignación popular; el
pueblo se levantó contra la dictadura militar y las tropas norteamericanas no
demoraron en restablecer el orden. Dejaron cuatro mil muertos en los combates
que los patriotas libraron, cuerpo a cuerpo, entre el río Ozama y el Caribe, en
un barrio acorralado de la ciudad de Santo Domingo[3].
Eduardo Galeano… venas abiertas de América
latina
[1] Puerto
Rico, otra factoría azucarera, quedó prisionero. Desde el punto de vista
norteamericano, los puertorriqueños no son suficientemente buenos para vivir en
una patria propia, pero en cambio sí lo son para morir en el frente de Vietnam
en nombre de una patria que no es suya. En un cálculo proporcional a la
población, el “estado libre asociado” de Puerto Rico tiene más soldados
peleando en el sudeste asiático que cualquier otro estado de los Estados
Unidos. A los puertorriqueños que
resisten el servicio militar en Vietnam se les envía por cinco años a las
cárceles de Atlanta. Al servicio militar en filas norteamericanas se agrega
otras humillaciones heredadas de la invasión de 1898 y benditas por ley (por
ley del Congreso de los Estados Unidos). Puerto Rico cuenta con representantes
simbólicos en el Congreso norteamericano, sin voto y prácticamente sin voz. A
cambio de este derecho, un estatuto colonial: Puerto Rico tenía, hasta la
ocupación norteamericana, una moneda propia y mantenían un próspero comercio
con los principales mercados. Hoy la moneda es el dólar y los aranceles de sus
aduanas se fijan en Washington, donde se decide todo lo que tiene que ver con
el comercio exterior e interior de la isla. Lo mismo ocurre con las relaciones
exteriores, el transporte, las comunicaciones, los salarios y las condiciones
de trabajo. Es la Corte
federal de los Estados Unidos la que juzga a los puertorriqueños; el ejército
local integra el ejército del norte. La industria y el comercio están en manos
de intereses norteamericanos privados. La desnacionalización quiso hacerse
absoluta por la vía de la emigración: la miseria empujó a más de un millón de
puertorriqueños a buscar mejor suerte en Nueva York, al precio de la fractura
de su identidad nacional. Allí, forman un sunproletariado que se aglomera en
los barrios más sórdidos.
[2] El precio
estable del azúcar, garantizado por los países socialistas, ha desempeñado un
papel decisivo en este sentido. También la ruptura del bloqueo dispuesto por
los Estados Unidos, que se hizo añicos a través del tráfico comercial intenso
con España y otros países de Europa occidental. Un tercio de las exportaciones
cubanas proporciona dólares, es decir, divisas convertibles, al país; el resto
se aplica al trueque con la Unión Soviética y
la zona del rublo. Este sistema de comercio implica también ciertas
dificultades: las turbinas soviéticas para las centrales termoeléctricas son de
excelente calidad, como todos los equipos pesados que la URSS produce, pero no ocurre
lo mismo con los artículos de consumo de la industria ligera o mediana.
[3] Ellswrth
Bunker, presidente de la
National Sugar Refining Co., fue el enviado especial de
lindón Jonson a la
Dominicana después de la intervención militar. Los intereses
de la national Sugar en este pequeño país fueron salvaguardados bajo la atenta
mirada de Bunker: las tropas de ocupación se retiraron para dejar en el poder,
al cabo de muy democráticas elecciones, a Joaquín Balaguer, que había sido el
brazo derecho de Trujillo todo a lo largo de su feroz dictadura. La población
de Santo Domingo había peleado en las calles y en las azoteas, con palos,
machetes y fusiles, contra los tanques, las bazukas y los helicópteros de las
fuerzas extranjeras, reinvindicando el retorno al poder del presidente constitucional
electo, Juan Bosch, que había sido derribado por un golpe militar. La historia,
burlona, juega con las profecías. El día que Juan Bosch inauguró su breve
presidencia, al cabo de treinta años de tiranía de Trujillo, Lindón Jonson, que
era por entonces vicepresidente de los Estados Unidos, llevó a Santo Domingo el
obsequio oficial de su gobierno: era una ambulancia.
Aquí no se habla de la revolución de Chavez... Pero los cubanos cuando tenían 12 años de revolución se encontraron con el mismo panorama que nos encontramos aquí en Venezuela... por mucho que se había adelantado... los sabotajes y otras ofensivas del imperialismo no habían permitido que el avance fue evidente...
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