Los astronautas habían impreso las
primeras huellas humanas sobre la superficie de la luna, y en julio de 1969 el
padre de la hazaña, Werner von Braun, anunciaba a la prensa que los Estados
Unidos se proponían instalar una lejana estación en el espacio, con propósitos
más bien cercanos: «Desde esta maravillosa plataforma de observación – declaró-
podremos examinar todas las riquezas de la Tierra : los pozos de petróleo desconocidos, las
minas de cobre y de cinc...»
El petróleo sigue siendo el
principal combustible de nuestro tiempo, y los norteamericanos importan la
séptima parte del petróleo que consumen. Para matar vietnamitas, necesitan
balas y las balas necesitan cobre: los Estados Unidos compran fuera de
fronteras una quinta parte del cobre que
gastan. La falta de cinc resulta cada vez más angustiosa: cerca de la mitad
viene del exterior. No se puede fabricar aluminio sin bauxita. Sus grandes
centros siderúrgicos –Pittsburgh, Cleveland, Detroit- no encuentran hierro
suficiente en los yacimientos de Minessota, que van camino de agotarse, ni
tienen manganeso en el territorio nacional: la economía norteamericana importa
una tercera parte del hierro y todo el manganeso que necesita. Para producir
los motores de retropropulsión, no cuentan con níquel ni con cromo en el
subsuelo. Para fabricar aceros especiales, se requiere Tunsteno: importan la
cuarta parte. Esta dependencia, creciente, respecto a los suministros
extranjeros, determina una identificación también creciente de los intereses de
los capitalistas norteamericanos en América Latina, con la seguridad nacional
de los Estados Unidos. La estabilidad interior de la primera potencia del mundo
aparece íntimamente ligada a las inversiones norteamericanas al sur del río
Bravo. Cerca de la mitad de esas
inversiones está dedicada a la extracción de petróleo y a la explotación de
riquezas mineras, «indispensables para la economía de los Estados Unidos tanto
en la paz como en la guerra». El presidente del Consejo Internacional de la Cámara de Comercio del país
del norte lo define así: «Históricamente, una de las razones principales de los
Estados Unidos para invertir en el exterior es el desarrollo de recursos
naturales, particularmente minerales y, más especialmente, petróleo. Es
perfectamente obvio que los incentivos de este tipo de inversiones no pueden
menos que incrementarse. Nuestras necesidades de materias primas están en
constante aumento a medida que la población se expande y el nivel de vida sube.
Al mismo tiempo, nuestros recursos domésticos se agotan...» Los laboratorios
científicos del gobierno, de las universidades y de las grandes corporaciones
avergüenzan a la imaginación con el ritmo febril de sus invenciones y sus
descubrimientos, pero la nueva tecnología no ha encontrado la manera de
prescindir de los materiales básicos que la naturaleza, y sólo ella
proporciona.
Se van debilitando, al mismo
tiempo, las respuestas que el subsuelo nacional es capaz de dar al desarrollo
del crecimiento industrial de los Estados Unidos.
Eduardo Galeano… extracto de “las venas
abiertas de América latina”
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